Es cierto, sí.
¿Para qué negarlo? ¿Por qué iba a hacerlo si es protagonista de nuestro día a
día? Por qué echarle la culpa, por qué atacarle, si no podemos estar ni un
maldito segundo sin él. Arrasó con su llegada y tiene bastante claro que no se
va a marchar, sino que se va a quedar y cada día crecerá con más fuerza y con
más rapidez… Hablo de Internet y de las nuevas tecnologías que tanto para bien como
para mal han cambiado la percepción de nuestro mundo y de nosotros mismos.
Internet, o como
suelen llamarle los profesionales: “la red de redes”, remonta sus orígenes a 1969. Hasta yo misma me sorprendo de
conocer el año de su surgimiento y mi sorpresa no es para menos pues Internet
existe desde el siglo pasado y para nosotros es un hecho tan actual que creemos
que somos los pioneros en su uso, pero lo cierto es que ya existía cuando aun
no habíamos nacido. Internet es en la actualidad algo intrínseco en la vida de
todas las personas y su crecimiento no se puede detener.
Muchos se han
preguntado la repercusión que tiene la red de redes en las personas, sobre
todo, en niños y adolescentes. Esta cuestión ha llegado a derivar en la
problemática de que Internet es mucho más peligroso que la televisión y que las
consolas. Todos conocemos, o deberíamos conocer, los riesgos de la red. Facebook
por ejemplo, va estrechamente unido al bullyng (acoso) y muchas páginas web de
empleos son simples tapaderas para estafar a los usuarios.
A pesar de todo,
la clave está en el uso responsable. Internet puede ser una ventana abierta
a un mundo espectacular donde todo es posible, todo lo bueno y todo lo malo. El
problema es cuando el uso de la red, responsable o no, se convierte en una
adicción y ya existen numerosos casos en los que se afirma que esta adicción es tan fuerte como la del tabaco o el alcohol. La conexión permanente a Internet y a las redes sociales es algo
cotidiano en una persona y obviamente, dejan secuelas en la vida humana. Más
allá de los riesgos, más allá de las ventajas, conforme las nuevas tecnologías
se renuevan la sociedad también se adapta y poco a poco se va creando una
adicción que genera hasta ocho tipos de enfermedades mentales, ligadas
también al uso de la tecnología móvil.
Estas nuevas
enfermedades, aceptadas por la comunidad médica, son: nomofobia o fobia a no
tener móvil, el síndrome de la llamada fantasma, la adicción a Internet, a los
juegos online, la ciberhipocondría, el cibermareo, el efecto Google y la Facebook-depresión.
Un 70% de personas sienten la vibración del móvil en el bolsillo aun cuando el
teléfono no se encuentra en ese lugar o sufren ataques de ansiedad cuando el
móvil se queda sin batería y a su alcance no hay enchufes o cargadores. Algunos
expertos de la Universidad de Michigan incluso revelan que la depresión en los
jóvenes es proporcional a la cantidad de horas que pasan en Facebook.
Como apunte
curioso, en Corea del Sur, el 8% de las personas entre 9 y 39 años sufre
adicción a los juegos online hasta tal punto de que el Gobierno ha puesto en
marcha la llamada “Ley Cenicienta” con la que se pretende cortar el acceso a
estos juegos desde las doce de la noche hasta las seis de la mañana a los
usuarios menores de 16 años. Por otra parte, y en la misma línea de asunto, en
EE.UU existen terapias similares a las de “alcohólicos anónimos” para
desengancharse de la dependencia de esta adicción
Con todo, el ser humano se ha visto repentinamente en
medio de un mundo digital en el que los intentos por adaptarse pueden llegar al
desequilibrio psicológico. El éxito de la red de redes y de las nuevas tecnologías
depende de su uso consciente, de saber donde están los límites y de evitar la
dependencia que genera. Ha llegado la hora de salir a tomar un café con amigos y desconectar el móvil, de ir al baño sin la necesidad de que el teléfono te acompañe, de no preocuparse por si "éste" te contesta al WhatsApp o cuál ha sido su última conexión, porque el uso de Internet no es una necesidad, es una opción. Internet es una herramienta muy útil si se maneja con
sensatez, pero se te puede ir de las manos… Y volverse contra uno mismo.
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